sábado, junio 28

Leia Staliav

Leia había llegado hace dos semanas de Moscú y para el día de ayer ya nos estábamos poniendo melosos, dijo el gobernador Leonardo Arnillas a los asistentes del baile de disfraces organizado por la fundación Miller-Banner para niños con paminia morada atípica.

Leonarlo Arnillas veía a Leia como un ser casi muerto, lo cuál satisfacía enteramente sus preferencias necrófilas descubiertas por su madre hace ya muchos años en aquella fiesta patronal en la que Leonardito sufrió su primera erección frente a la imagen del Santísimo recostado en un cojín de seda.

La música de son istmeño siempre ponía de buen humor a Leonardo, el son melancólico de las costas del sureste le hacía pensar en la muerte y en qué nuevas formas tendría que idear para encontrarse con su desmenuzable amante.

Alguna vez Leonardo Arnillas pensó en pedir como retribución a las enormes cantidades dadas a Miller-Banner, no siempre obtenidas de forma lícita y no siempre obtenidas del erario público, algún cadáver de niños con paminia morada atípica para "entenderse mejor con la muerte".

El día que Leia enfermó, Leonardo Arnillas rentó un avión privado para llevarla a él y a ella a Moscú, con el "afán de visitar por última vez su tierra amada y a su familia que tanto la quiere".

El día que Leia fue desahuciada Leonardo Arnillas renunció a su puesto público, tomó todo lo que le quedaba de dinero y lo depositó en la banca moscovita, "para cumplir el último deseo de mi mujer: ser enterrada en Siberia".

Leonardo Arnillas sabía que en el hielo seco de Siberia los cuerpos se pudren más lentamente.

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