jueves, febrero 9

Nieve

I

¿Qué es la nieve sino un cristal amalgamado?

Amalgamado como la revolución, como la tristeza, como la ilusión, amalgamado como todas esas palabras gigantes que salen de las bocas sangrantes, de las voces más escondidas, de los silencios más ensordecedores.

De un de repente cae toda, vomitada del cielo, paracaídas, remolino, viento, bailando, haciéndose el amor, vaya El Señor a saber dónde fabrican el amor, cayendo sobre los autos, sobre los cuerpos de los vagabundos ucranianos, llenándose de lágrimas de la ciudad, del orín de los perros, de la mugre de los autos bávaros, de la torre de televisión. De repente, un viento traicionero les hala por debajo de las faldas y se las lleva todas a un pedazo más mugroso de esta Berlín encadenada.

A veces quieren regresarse, los cristales recién nacidos, necios a la idea de la confusión, necesitan regresar, flotan lo más que pueden hasta que se dan cuenta de que las vueltas atrás son ilusiones fantasiosas, que el regreso al útero es en realidad una forma de tración.


II

En los contornos del fin
el aire recoge la falsedad del tiempo
la cara es testimonio desvelo
máscara hecha ídolo
rostro conveniente para desandar esa realidad derrochada de espejismos

Rocío Cerón


La mugre del arenal de la calle,
es sólo un auspicio para las ratas,
la mugre del arenal de la calle,
es el algoritmo desfigurado de una respuesta planeada
el aullido de un perro en una guardería,
la mugre del arenal de la calle,
es quizás la ladera más prometedora que nos queda.

La domesticación del destino ha sido una empresa difícil,
gancho al hígado,
transplante de riñón,
extensión de intestino grueso,
la mugre del arenal de la calle,
es un pedazo de nuestra estructura,
una estrofa de este canto plañidero,
el pacto traicionado, la manufactura barata,
el atardecer construido sobre los hombros mancos
de la mugre del arenal de la calle.



III
El tiempo pasará. Sólo el tiempo. Y llegará un momento
cuando ya no podamos nombrar qué es lo que nos une.
Marguerite Duras



Deambulamos entre jirones,
deambulamos armando los últimos rincones con algún murmullo comprensible
hay un idioma que no entendemos,
pero que huele a sábanas con un olor familiar
en nuestras manos sólo se guarda lo posible
y ese murmullo y ese lenguaje
es la verdad profunda y prematura
de que estamos hechos
para deambular
infinitamente
infinita y angustiosamente
entre jirones.

IV

No tengo fe en los diluvios.

No tengo fe en las coladeras abiertas
en los páramos de luz
en los campos de trigo cubiertos de hielo
notengo fe en la revolución proletaria
en el nuevo orden mundial
en el new managment school
no tengo fe en los diluvios

en el tumao sí
en el tumao no se puede confiar
pero vaya que dio su sangre por nosotros

no tengo fe en los diluvios.