martes, junio 28

Horacio Hernández Holgarín:

He descubierto en estos últimos días que eres tan insignificante en mi vida como la letra H, habían de hacerte ahorcar humilde hormiga humeante. Tu holgazanería me hostiga desde la hora en que te conocí en Acahua, Chihuahua; durante la reunión de harapientos sin hambre. Ahí descubrí también tu horrible hábito por comer hierbabuena mientras hacíamos el quehacer, tu inaudita afección por los husos horarios; tu profesión de historiador y hasta que esto te llevara a un apego eterno por la frase “horda de Hunos” que usarías fuera de contexto cuantas veces pudieras. Compartí contigo el hallazgo de un héroe, aquél hombre que resultó ser homofóbico y tener una hernia, inoperable por cierto. Después, cuando me pediste que habitáramos juntos, accedí, a pesar del hedor que simplemente no había forma de ahuyentar de nuestra habitación. Vivimos juntos aquel acuchillamiento en la calle Ocho del pobre viejo que ahorraba cada centavo y se le enchinaba la piel cada vez que veía a Edith, a través de su ventana, abrochar su blusa antes de meterse en su hábito. Recuerdo que en ese entonces también soporté tus seis meses de hipnofobia y tus once kilos de más porque comías chocolate para calmar tu ansiedad y tus deseos de ahogar al gato que tiempo después se vio obligado a huir; pobre Hércules, nunca supe que fue de él. El día en que te confesé que tendríamos un hijo y que había decidido llamarlo Hugo me regalaste una higuera y logré cuidarla hasta que, en tu época de alcoholismo, tomaste el hacha, la talaste, construiste un nido y dormiste ahí semanas enteras convirtiéndonos en el hazmerreír de la cuadra.

A pesar de tu incoherente forma de habitar este mundo, que para ahora también se ha convertido en la mía, me aprehendí a ti y atribuía tus hazañas a tu orfandad; como aquella vez que volaste un cohete y nos dejaste desahuciados. Ahí, admito, aún te anhelaba.

Sin embargo, hoy huyo como Hércules, encontrarás mi almohada y la cinta adhesiva que me regalaste de nuestro aniversario número cuatro en el hueco de la alacena, aquel que hiciste cuando recreabas un huracán. Volveré por ellos en ocho años.

Saludos

miércoles, junio 22

Manifiesto

Querida amiga, no tengo más que decirte que la poesía de convención de señoras, la poesía de sombrero de fieltro y la poesía de blog romántico me producen sólo una cosa: ganas de vomitar.

La poesía testicular es el aullido sangriento de una daga sin control recorriendo toda la tripa, del ano hasta los dientes. Es eso lo que debe ser la poesía, no tarjetas postales del Sanborns de la carretera México-Toluca.

Hay que dejarlo bien claro compañera, la poesía no se toca, ni con el pétalo de una tecla. La poesía debe de romper con lo dicho y hecho y no perpetuar las formas lentas y terribles de una biblioteca llena hasta la náusea de fórmulas recíprocas.

La poesía, creo, no debe dejarse llevar por su propia burguesía, no debe dejarse llevar por los que dicen que tiene algo de burguesa, no tiene que dejarse llevar por el poeta de lucha de clase.

LA REVOLUCIÓN DE LAS IDEAS
La evolución de las ideas
o
¿las ideas de la evolución?

Los resplandores de la poesía deben de llegar hasta los rincones más oscuros de los más indignos para ella... si es que cuando se habla de poesía se puede hablar de dignidad.