domingo, junio 27

Dos Ramos de Rosas- Quim Monzó [Fragmento]

Enardecidos por la confianza que se contagian unos a otros, acaban por sacarse las piedras. "¡Liberémonos de la superstición", gritan. Y entonces, en cuanto dejan las piedras, el viento se arremolina y ellos empiezan a volar, cielo arriba, siete adolescentes en la flor de la vida.


[Quim Monzó. "Dos Ramos de Rosas" en El mejor de los mundos. (Barcelona: Anagrama, 2001), 92.]

miércoles, junio 23

Bellas Artes (apropiación)











Multitudes

Entrañas de la Ciudad de México... el hastío y las multitudes.





Al respecto véase.











Al final, todo queda sepultado en los ríos de mierda. Tacubaya parece inmersa en un mundo fétido y cruel del que no sólo la pudredumbre y la tristeza, sino por el hastío.

Aquí, el enemigo a vencer ha ganado la batalla.


Calle 13 en La Habana

Calle 13 / Interview

lunes, junio 21

Entrañas

He decidido cambiar el nombre de este blog. No porque desprecie su pasado seminal. Aquel pasado del que poco queda ya. De él sólo quedan las personas.

Cepanda fue en un tiempo destinado a que todos los cepanos escribieran. Cosa que jamás pasó. Pero aún se preservan textos de personas importantes en la vida de este blog y en la mía.

Por aquí uno se puede encontrar textos del Sejomagno, cuando aún no era un danzante feliz y maduro que veía en retrospectiva constructiva las cosas y era un viajante voraz de sueños contra sentido. Uno se topa con textos de Javier cuando era un radical de izquierdas. De Alfonso antes de iniciar su travesía nórdica. Irving antes de cortar su cabellera. Salmerón antes de desaparecer de este mapa. Hasta Sofía echó unas letras locas.

Claro que no desdeño de todo esto. Pero ante las circunstancias, ante esta perpetua carga que una y otra vez aparece en mi espalda y que no se va ni con piedra pomex. he decidio cambiar nombres. Trasladar tumbas de lugar.

Saludos entonces.

Cambios de nombre - Nicanor Parra

A los amantes de las bellas letras
Hago llegar mis mejores deseos
Voy a cambiar de nombre a algunas cosas.

Mi posición es ésta:
El poeta no cumple su palabra
Si no cambia los nombres de las cosas.

¿Con qué razón el sol
Ha de seguir llamándose sol?
¡Pido que se llame Micifuz
El de las botas de cuarenta leguas!

¿Mis zapatos parecen ataúdes?
Sepan que desde hoy en adelante
Los zapatos se llaman ataúdes.
Comuníquese, anótese y publíquese
Que los zapatos han cambiado de nombre:
Desde ahora se llaman ataúdes.

Bueno, la noche es larga
Todo poeta que se estime a sí mismo
Debe tener su propio diccionario
Y antes que se me olvide
Al propio dios hay que cambiarle nombre
Que cada cual lo llame como quiera:
Ese es un problema personal.


Nicanor Parra

domingo, junio 20

Pequeño ensayo reflexivo sin argumentos sólidos ni aparato crítico

I
Un discurso tonto y solemne.

II
-¿Y sigues con aquello?
-Sí, aunque creo que dejó de ser tuyo hace tiempo.
-¿A quién le pertenece entonces?
-Creo que a nadie, lo quise expropiar y nada más me encontré con semillas viejas y chupadas de tuna, envolturas de chocolates (hay países en los que les dicen chocolatinas, creo que es un nombre ridículo) rancios y una felpa usada y maltrecha.
-¿Entonces? ¿Todo esto?
-A nadie ya pertenece. Nunca lo hizo. A decir verdad, esto en realidad no fue tuyo. Me imaginaba que era tuyo, pero no, creo que nunca fue de nadie. Tablas viejas devueltas por el mar. Tiempo perdido miserablemente.

III
Si no puedo encontrarte en la divinidad
al menos buscaré quedarme la entrañabilidad

suave como el fiel crepúsculo
que es el único amigo que me queda


III
Lo entrañable.
Es una palabra hermosa ¿no es cierto?
Algo que es entrañable, dice RAE, es algo íntimo, muy afectuoso.
No he oído que se use mucho, pero el verbo entrañar existe y su primera acepción es más que ilustrativa:

Introducir en lo más hondo.

La segunda es un poco más discreta, un tanto simplona:

Contener, llevar dentro de sí.

Es la tercera:

Unirse, estrecharse íntimamente, de todo corazón, con alguien.

Parecería que nuestra fría compañera de andanzas en los resúmenes académicos de repente se le rompe el esquema. Quémenme lingüistas por ignorante, pero eso creo.

Mi punto es que el entrañamiento parece llevar tras de sí la base de una palabra que me parece más hermosa. Diría que es mi palabra favorita del español, no es que yo conozca muchos idiomas ni todas las antiguas literaturas germánicas, pero me fascina esa palabra. La palabra es entraña. Sus acepciones merecen ser presentadas:

(Del pl. n. lat. interanĕa, intestinos).

1. f. Cada uno de los órganos contenidos en las principales cavidades del cuerpo humano y de los animales.

2. f. Parte más íntima o esencial de una cosa o asunto.

3. f. pl. Cosa más oculta y escondida. Las entrañas de la tierra, de los montes.

4. f. pl. El centro, lo que está en medio.

5. f. pl. Voluntad, afecto del ánimo.

6. f. pl. Índole y genio de una persona. Hombre de buenas entrañas.



La palabra representa lo que hay "dentro", lo entrañable es lo interior, lo imprescindiblemente intestinal. Creo que bien podría haber una reforma en el lenguaje de todos los días y en vez de referirse a las "mariposas en el estómago", a la "bilis", a "el hígado", uno podría referirse a "las entrañas". No como un órgano en especial. Sino a lo que en sí hay dentro, como sistema de respuesta emocional y crítico, a lo "entrañable".


IV
Cuando uno habla de los "amigos entrañables", de los "momentos entrañables", de las "personas entrañables" se refiere, creo, a una cosa. A aquellos amigos, momentos, personas (etc.) que se quedan dentro. Que se quedan como parte inamovible de eso que llamamos "nosotros".

Leeré más sobre la corporeidad, pero creo que esto es lo que nos hace postorgánicos. Nuestras entrañas han viajado más allá de las tripas: El intestino no es más la entraña en sí.


Si uno continúa con la lectura de la definición se topa con una forma de empleo coloquial:

echar alguien las ~s.

1. loc. verb. coloq. Vomitar con violencia y muchas ansias.



Recuerdo aquél texto fundacional de los Testículos del Rey, Invitación al vómito de Oliverio Girondo:

Cúbrete el rostro
y llora.
Vomita.
¡Sí!
Vomita,
largos trozos de vidrio,
amargos alfileres,
turbios gritos de espanto,
vocablos carcomidos;
sobre este purulento desborde de inocencia,
ante esta nauseabunda iniquidad sin cauce,
y esta castrada y fétida sumisión cultivada
en flatulentos caldos de terror y de ayuno.
Cúbrete el rostro
y llora...
pero no te contengas.
Vomita.
¡Si!
Vomita,
ante esta paranoica estupidez macabra,
sobre este delirante cretinismo estentóreo
y esta senil orgía de egoísmo prostático:
lacios coágulos de asco,
macerada impotencia,
rancios jugos de hastío,
trozos de amarga espera...
horas entrecortadas por relinchos de angustia.


Estamos en un constante reflujo, creo. En la vida, me imagino, uno se dedica a vomitar con cierta violencia, en ciertos lugares.

No lo sé de cierto, pero lo supongo.

Circuito Interior - Efraín Huerta

Circuito Interior

A Nuestra Señora del Metro, con devoción

Un día sin consuelo le dije Te llamaré mañana,
y el mañana, digo, la mañana, nunca
vino a nosotros -ni el claro del espejo en que te miras,
enterita y desnuda como la dicha, como hoy.
¿Quién se asomó a vernos pasar detrás de aquella ambulancia?
Nadie, en fin, porque eres desbordada
y casi siempre tienes, y lo manifiestas, canallita,
un miedo sordo a seguir siendo la misma en tu lívida noche.
(Se desduerme una veta de agua
en el alto cielo de ágata y ceniza.)


Porque estar enamorado, enamorarse siempre
de una vaga ciudad, es andar como en blanco;
conjugar y padecer un verbo helado;
caminar la luz, pisarla, rehacerla
y dar vueltas y vueltas y volver a empezar
(a ver qué sale, dijo Carlos Pellicer)
sin una ruta fija, sin un desencantamiento,
navega y surca asfalto, cedros, negra cristalería,
alto azul de la más alta torre del mundo,
rojizo palpitar del mármol y el tezontle
así como palpitan -pura vida-
la carótida interna y la externa.
Ciudad enamorada, ciudad pues
para estar sin remedio enamorado
y habitarla y mamarla -inmensa ubre- de pies a
cabeza,
a ella,
la que tiene una corteza, algunos bosques
y ciento cincuenta cementerios
para más o menos diez millones de mediovivos.


Casi la vi nacer, hoy mismo, agarrado
a su alba primigenia como al ala de un ángel.
Sentí que me daban el siga
y avancé secretamente con mi maletín verde
colgando, al igual que el cadáver de este poema
- o lo que sea;
como una flaca nube sobre el sexto círculo,
dando muestras de no ignorar un reino sombrío
por donde correrán amazónicamente las alienantes aguas.

(Vivir lejos y en plazuela, ¿es vivir
en el quintísimo infierno, o algo peor?)

Todo nos acuchilla, amor, desde esa rampa
y esa luz ambarina que dice muerte
sin salvación en el segundo choque, en la
centésima de segundo después del primero.
Todos los pasos a desnivel tienen una crueldad
de rosas gemidoras, aplastadas
por la irrupción del tiempo, que es también humeante
y trémulo y tuquesado como me dijiste
que es la arteria auricular posterior
- u otra, otras, meníngeas, temporales y
sublinguales.

Ahora sé que nadie sabe nada de nada,
ni siquiera por qué me siega-ciega
el brutal escarlata del fatigante deseo
y con mis manos y labios que un día fueron frescos
te vivaldizo, malhereo y mozarteo como,
como siempre siempre siempre,
¿qué quiere decir siempre?
Siempre quiere decir ahora, ahora mismo,
porque donde menos se piensa salta el amor
y una mortecina fogata alumbra
un porvenir, un porllegar -ya- y
cuando menos acuerdes tu bello cerebro charentoniano
tu suave boca envaselinada, tu apenas saber vivir,
andarán locos por cielos y espigas y
volveremos a los mismo.

Todo
es no saber nada,
todo es arquitectura, una ingeniería
de corolas acrecidas en dulces
edénicos bajíos.
Amor se llama
el circuito, el corto, el cortísimo
circuito interior en que ardemos.

12-13 de julio de 1975



[Efraín Huerta. "Circuito interior". En Poesía Completa. Editado por Martí Soler. México: FCE, 1988. 413-415.]

Responso por un poeta descuartizado - Efraín Huerta


Claro está que murió —como deben morir los poetas, maldiciendo, blasfemando, mentando madres,
viendo apariciones, cobijado por las pesadillas.
Claro que así murió y su muerte resuena en las malditas habitaciones
donde perros, orgías, vino griego, prostitutas francesas, donceles y príncipes se rinden
y le besan los benditos pies;
porque todo en él era bendito como el mármol de La Piedad
y el agua de los lagos, el agua de los ríos y los ríos de alcohol bebidos a pleno pulmón,
así deben beber los poetas: Hasta lo infinito, hasta la negra noche y las agrias albas
y las ceremonias civiles y las plumas heridas del artículo a que te obliga,
la crónica que nunca hubieras querido escribir
y los poemas rubíes, los poemas diamantes, los poemas huesolabrado, los poemas
floridos, los poemas toros, los poemas posesión, los poemas rubenes, los poemas daríos,
los poemas madres, los poemas padres, tus poemas...

Y así le besaban los pies, la planta del pie que recorrió los cielos y tropezó mil y un infiernos
al sonido siringa de los ángeles locos y los demonios trasegando absintio
(El chorro de agua de Verlaine estaba mudo), ante el azoro y la soberbia estupidez de los cónsules y los
dictadores, la chirlería envidiosa y la espesa idiotez de las gallinas municipales.
Maldiciendo, claro, porque en la agónía estaba en su derecho y porque qué jodidos (¡Jure, jodido!,
dijo Rubén al niño triste que oyó su testamento), ¿por qué no morir de alcoholes de todo el mundo si todo
el mundo es alcohol y la llama lírica es la mirada de un niño con la cara de un lirio?
Resollaba y gemía como un coloso crisoelefantino
hecho de luces y tinieblas, pulido por el aire de los Andes, la neblina de los puertos, el ahogo de Nueva
York, la palabra española, el duelo de Machado, Europa sin su pan.
Rugía impuramente como deben rugir todos los poetas que mueren (¡Qué horror, mi cuerpo destrozado!)
y los médicos: Aquí hay pus, aquí hay pus —y nunca le hallaron nada sino dolor en la piel
limpios los riñones heroicos, limpio el hígado, limpio y soberbio el corazón
y limpiamente formidable el cerebro que nunca se detuvo, como un sol escarlata, como un sol de esmeraldas,
como la mansión de los dioses, como el penacho de un emperador azteca, de un emperador inca,
de un guerrero taíno;
cerebro de un amante embriagado a la orilla de un dulcísimo cuerpo, ay, de mieles y nardos
(su peso: mil ochocientos cincuenta gramos: tonelaje de poeta divino, anchura de navío),
el cerebro donde estallaron los veintiún cañonazos de la fortaleza de Acosasco
y que luego...

Claramente, turbiamente hablando, hubo necesidad de destrozarlo, enteramente destazarlo como a una fiera
selvática, como al toro americano
porque fue mucho hombre, mucho poeta, mucho vida, muchísimo universo
necesariamente sus vísceras tenían que ser universales, polvo a los cuatro vientos, circunvoluciones repletas
de piedad, henchidas de amor y de ternura.
Aquí el hígado y allá los riñones.
¡Dame el corazón de Rubén! Y el cerebro peleado, de garra en garra como un puñado de perlas.
Aquel cerebro (¡salud!) que contó hechicerías y fue sacado a la luz antes del alba;
y por él disputaron y por él hubo sangre en las calles y la policía dijo, chilló, bramó:
¡A la cárcel! Y el cerebro de Rubén Darío —mil ochocientos cincuenta gramos— fue a dar a la cárcel
y fue el primer cerebro encarcelado, el primer cerebro entre rejas, el primer cerebro en una celda,
la primera rosa blanca encarcelada, el primer cisne degollado.

Lo veo y no lo creo: ardido por esa leña verde, por esa agonía de pirámide arrasada,
el poeta que todo lo amó
cubría su pecho con el crucifijo, el crucifijo, el suave crucifijo, el Cristo de marfil que otro poeta agónico le
regalara —Amado Nervo—
y me parece oír cómo los dientes le quemaban y de qué manera se mordía la lengua y la piel se le ponía violácea
nada más porque empezaba a morir,
nada más porque empezaba a santificarnos con su muerte y su delirio, sus blasfemias, sus maldiciones,
su testamento,
y nada más porque su cerebro tuvo que andar de garra en mano y de mano en garra
hasta parecer el ala de un ángel,
la solar sonrisa de un efebo,
la sombra de recinto de todos los poetas vivos,
de todos los poetas agonizantes,
de todos los poetas.


Circuito interior, 1977

Ciudad de México Revisited (Acercamiento)

Si te hubiera perdido en la Ciudad de México, al menos nunca te hubiera encontrado. Al menos hubiera pasado, como el suicidio, en la cotidianeidad.

Lástima. De todas formas has invadido todos mis espacios. No hay un lugar solo. En todos está el fantasma. Como el del Señor Murakami en el estanque de las carpas doradas. Así.

La única forma de desaparecerte es destruyendo cualquier resquicio del jardín. El problema es que este amasijo gris y triste es perenne.

Dicen que destruyendo las bombas que llevan fuera las aguas negras de la ciudad se podría acabar con la Ciudad de México.

Imagen interesante. Destrozar el jardín, hundiéndolo en la mierda.

Supongo que basta ir un día a la estación Tacubaya después de la lluvia.

Me sentía más solo que nunca.


Ma parece que esta lucha entre moros y cristianos me tiene sin hígado. Lo han destruido todo. De mí. De ti todo quedó intacto. De mi parece que sólo la sutura y el ámpula en el intestino.

La virgen veía sola como el mundo se iba a la mierda. Yo la miraba con envidia.

Ante todo. No se puede mirar hacia delante. Allí no hay más nada.


sábado, junio 19

Eje Central (primer acercamiento)

Hoy San Juan de Letrán fue una triste corona que se sostenía sobre la deformación de mi cráneo. Una plaza vacía. Una estructura inamovible. Un centro histórico con leyendas de envolturas de hamburguesas de McDonalds y software pirata. Hoy, entre el calor y los gritos, entre la cumbia y el hastío, entre el recuerdo y el comezón en el pie, no fue un día para recordar.


En el fondo, ¿cómo abandonar las formas? Cuando Neftalí Reyes salió de este hartazgo que parecía perpetuo en 1974, había flores en los camellones de Santiago. Mensajes dejados hace tiempo lo hacen dudar de lo tangible. Hace ya unos años que dejó de creer y que eliminó, cuál debe ser, la palabra "ilusión" de todo tipo de lenguaje por él conocido.

No había mucho en qué pensar luego de 1974. En realidad nunca lo hubo, pero era más interesante pensar que quizás sí, en algún momento.


Aquél día seis indios luchaban en la calle. Los gritos eran atronadores. No era zapoteco, el lenguaje dulce del Istmo, ni era chontal, los matacristos de Tequisistlán no pierden el tiempo con habladas. Era un idioma perdido, hermético diría la gloria nacional.

El punto eran las cadenas, las cadenas con las que se amenazaban. Se lanzaban serpientes, enseñaban los colmillos y de repente, ¡ZAS!, corre.

Corre... corre... corre... corroe.... sangre.


Todas las noches pelean. El horario es este. De 4 a 12 los borrachos discuten sobre el partido de esa mañana en el deportivo San Pedro, última gran obra del partido conservador. Luego toca el turno de esa pareja. El darqueto drogadicto y la señora despeinada luchan sin cesar por la noche. Desde mi patio se escuchan los bramidos semidifusos de una lucha a muerte. Del olor de la marihuana vieja y descompuesta. A sabiendas de no ser nada.

Una batalla terminada. De los indios no queda nada. De las lavanderas sólo queda el recuerdo en el asfalto. De los vecinos gritones aún persiste el aullido chillón que tanto perturba a los drogadictos y a los ladrones y narcomenudistas en motocicletas con grandes mofles.

Hoy que venía de dejar a mi hermano en la Alberca de Los Barrios. No lo dejan salir más sólo a la calle. Vi a tres. Estaban sucios hasta las orejas. Dos muchachos y una muchacha. Uno de los chicos llevaba de la mano a la chica.

Siempre que llego a casa mis perros me reciben... mis perros. Mis perros me temen. Tengo absoluto control sobre ellos. Yo los mantengo vivos. Ellos sienten que así es. Sienten que me deben la vida. Relación de dependencia supongo.

El punto es que siempre que veo a mis perros evalúo las circunstancias del día. Si están dormidos y despiertan para verme fue un día difícil o un día de diversión. Si están allí acostados, tomando el sol, ese fue un día de llegar temprano. De descansar hasta la náusea.

Ese día no fue así. Mis perros me recibieron tal y como estaba: como un huracán que se lo lleva todo. Ladraban y ladraban y gemían de hambre y volvían a ladrar. Ese día, me llevaba la chingada.

La isla desconocida - José Saramago [Fragmento]

Entonces el hombre fijó la rueda del timón y bajó al campo con la hoz en la mano, y, cuando había sesgado las primeras espigas, vio una sombra al lado de su sombra. Se despertó abrazado a la mujer de la limpieza y ella a él, confundidos los cuerpos, confundidas las literas, que no se sabe si ésta es la de babor o la de estribor. Después, apenas el sol acabó de nacer, el hombre y la mujer fueron a pintar en la proa del barco, de un lado y de otro, en blancas letras, el nombre que todavía le faltaba a la carabela. Hacia la hora del mediodía, con la marea, La Isla Desconocida se hizo por fin a la mar, a la búsqueda de sí misma.


[José Saramago, La Isla Desconocida. Traducido por Pilar del Río (Madrid: Punto de Lectura, 2006).]

No importa

viernes, junio 18

Poemínimos de relleno

El que madruga
Creo
que
siempre
me
voy
temprano
de la
vida...


Carta interoceánica de amor
Un cero
a
la
izquierda


Nueva carta interocéanica de amor
Un
coeficiente
no
significativo

Tercera carta interocéanica de amor
Una R-cuadrada
en un
modelo
cuadrático

Aforismo interocéanico de amor
Son acaso esas pequeñas fisuras las que más dejan salir el contenido de un recipiente cualquiera. Son esas pequeñas fisuras abismos inalterablemente infinitos. Lo malo de las fisuras es que están allí, perpetuamente fluyendo, perpetuamente reproduciéndose.

Gran anuncio interoaceánico de amor (Resumen Ejecutivo)

fin.

¿Por qué me gustas tanto?

Cuando terminé la última línea de Intermitencias de la muerte, pasaban por mi ventana los girasoles de La Toscana. Había comprado ese libro en el tianguis de La Ciudadela, exclusivamente para ese viaje. Venecia aún quedaba a una hora y yo la añoraba como loco. La añoraba con una desesperación insoportable. La añoraba sobre todas las cosas.

Cuando terminé la última línea solté el libro de inmediato. Algo me había perforado por completo. La Toscana ya no me parecía un flujo amarillo que corría sin cesar en una pasta verde medio aceitosa. El camión ya no me parecía tan tangible y terco a licuarse y pasar entre mis dedos.

Cuando terminé la última línea, la añoré más que nunca y me salió una lágrima. Luego se lo conté, le dije lo mucho que me dolió esa lágrima, le dije que era la última línea de un sello casi permamente, le dije que era añoranza pura, pero no le dije que era por ella. No le importó demasiado.

Hoy que añoro más que nunca, me hace falta esa última línea y me dan ganas de volver a llorar una lágrima como esa y añorar otra vez y que, ahora sí, no muriera nadie.

Descanse en paz Saramago.


[La imagen fue tomada por Javier Salas. Es José Saramago y Pilar del Río en Lazarote en 2007. Fue publicada por El País. La intención era hacer una cabecera como las que acostumbro (aunque ya no sirvan de mucho) pero no pude lacerar la foto]

jueves, junio 3

El arte de la espera - Rafael Rojas (Fragmentos)

No todo en la elaboración de mi trabajo final de Política Exterior sobre la Revolución Cubana y México, pronto en Muerte al Sistema, ha sido de descripción y hastío. El tema me encanta. El saber más cosas me ha moderado. Cuando uno se modera porque sabe más, creo, no se siente traicionado a sí mismo. Quizás un poco menos ilusionado, quizás un poco más viejo, quizás un poco menos "idealista"... pero en fin.

El arte de la espera: Notas al margen de la política cubana de Rafael Rojas es un audaz y genial libro. Una crítica a la política cubana y al régimen castrista desde una perspectiva moderada, sin dejar de ser valiente y sumamente aguda, desde un marco referencial amplísimo.

En fin, violento los derechos de autor para publicar estos dos capítulos. El primero le da nombre al libro y describe la política cubana al interior de Cuba. El segundo es una interpretación maquiavélica, basada más en El Príncipe que en el Humanismo Cívico, a Fidel Castro.