martes, diciembre 12

Santa abuelita

Esta era una época de navidad, con nieve, supersticiones y muchos deseos por cumplir.
Corría el tiempo en un año de vacas gordas y gente contenta, en el que había habido todo lo que un pequeño pueblo en el norte del país, entendía como prosperidad. Excedentes agrícolas, salud, familias fértiles en donde nacían niños llenos de vida y los más grandes crecían hasta convertirse en adolescentes maduros. Incluso los problemas con los pueblos vecinos se transformaban poco a poco en remanentes del pasado, difíciles de olvidar pero fáciles de sobrellevar.
En el centro del pueblo, en una casa digna de un cuento de hadas, vivía una mujer cuyos años se podían contar con las patas de una pareja de cien pies. A pesar de su larga edad, en sus ojos se distinguía una inevitable alegría. Llena de recuerdos hermosos a lo largo de su vida, misma que le entregó desde hacia 20 años a la tranquilidad de aquel pueblo. Para olvidar la aventura y la inestabilidad, y transformarse en la abuelita dulce y tierna que apapacha con galletas y cuentos a cual ser humano acepte una invitación a su casa. Su cabello era tan blanco como la raya más blanca de una zebra, su piel estaba muy arrugada, pero presumía haber sido suave y tersa en algún momento de la historia. Seguramente, en los mismos años que esta señora recorrió de cabo a rabo nuestro planeta, descubrió lugares hermosos, gente asombrosa, y pasó momentos inolvidables, de los que aprendió a vivir y ser una mejor persona. No estudió en una escuela de las que enseñan a leer y escribir, como ella misma dice, aprendió de la mejor maestra: la frustración y el arrepentimiento, en la mejor escuela: el planeta entero, y con los mejores y peores compañeros que un alumno puede tener: los seres humanos. Ahí, descubrió las envidias y los miedos, la amistad, el sufrimiento, la felicidad y uno de esos días el amor. A este último, lo supo entender particularmente, pues lo dejo ser libre, le dio el tiempo que necesitó, y cuando fue necesario, lo tomo como al toro por los cuernos y lo disfrutó, como pocas personas lo han hecho en la vida, como su mirada la delataba, lloró y sonrió como nunca lo había hecho, y nunca lo hará. Así vivió mucho tiempo (incontable en palabras de quien no ha estado enamorado) hasta que entendió que el amor es como comer un helado: si lo descuidaba se le iba a deshacer y si lo comía necesitaría pedir más, así que lo aventó desde lo más bajo que encontró, para ni siquiera arrepentirse al verlo caer. A partir de ahí su vida, sin duda alguna fue diferente, según muchas personas, comenzó a perder sentido, pero yo prefiero decir que a partir de ahí, entendió el sentido de su vida y hacia donde se dirigía. Nunca perdió la vitalidad, pues todavía se permitió romper el record de hombres sodomizados y corazones rotos, en los que no me cabe la menor duda, hubo uno que otro de sexo (si es que el corazón tiene sexo) femenino. Incluso ahora que se entregaba a la parsimonia, nunca dejaba de mantenerse activa, hecho que sin duda la mantiene viva en este frío de los mil demonios. Cuenta que cuando llegó aquí, no dudo un minuto en que debería morir en esa casa que a los pocos días que llegó, le compro a la desesperada vendedora por la insignificante cantidad de un cuento de abuelita. Y a partir de entonces, es lo que la hace famosa y por lo que le perdonan el prefijo de bruja a su nombre que, nadie sabe a ciencia cierta cual es, pues cada que lo preguntan, responde que “dios es el único que tiene derecho a llamar las cosas con un nombre, y nosotros debemos resignarnos con dirigir la mirada y esperar que se cruce con la de la persona a quién nos dirigimos.”Con este tipo de contestaciones, no dejaba de ser enigmática, a pesar del respeto y la admiración que chicos y grandes en el pueblo le profesaban, pues siempre que alguien necesitó ayuda, con los ojos cerrados se la brindó. Así mismo, la gente la ayudaba la ella, y no porque le debieran un favor, sino por el agrado y simpatía que les causaba. Le regalaban todo lo que necesitaba para vivir, que por cierto no era mucho, pero debido a la prosperidad ya mencionada que sufrió el pueblo durante el año, la gente se permitió darle más de lo acostumbrado; aunque sabían, que no lo utilizaría para ella, y como Robin Hood, regalaría lo que no necesita a los niños, quienes eran su adoración.
Los días pasaron, y cada vez se acercaba más el ansiado día 24, dedicado desde siempre a convivir con los parientes, amigos y hasta los enemigos. La gente reventará en felicidad, comida y relaciones interpersonales. Los niños estrenarán juguetes, ropa y algún afortunado, casa. Los ancianos se llenarán de nostalgia y melancolía por los años del pasado, y buscarán dejar el legado que no han logrado en quienes los rodean. Desgraciada, o afortunadamente, no todas las personas veían este día de la misma manera, pues aunque ya les dije que nuestra abuelita era muy querida por todo el pueblo, a la hora de estar con la familia, no había de otra, la gente debía olvidar las constantes durante todo el año, para hacer algo extraordinario. No podía concentrarse en algo tan rutinario y monótono como atender a esa viejecita, sería como restarle importancia a la navidad, o peor aún, como aceptar que no tienes con quien pasarla… Y por su puesto que nadie, en esta época en que se permitirían presumir con los parientes lo que se tiene, y lo que no se tiene pero se anhela, pasaría la navidad con una abuelita que no sabes ni siquiera de quién es abuelita. Entonces, lo más probable, es que quien no vive en un lugar junto a su familia, o peor aún, quien no tiene familia, se pasará la navidad de una manera particular… sola.
Pero no debe usted (lector) compadecerse de nadie, pues para que lo sepa, estar sola es lo que menos le preocupa a la señora, pues puede dedicarse a preparar los dulces y los cuentos del próximo año, así como tener un momento de relajación para pensar en lo que no fue, y en lo que no debió haber sido en su vida, en lo que supo y en lo que no, en las tristezas, en la gente que no la acompaño a su viaje, en el amor no correspondido de adolescente, en el imposible de adulta y en el acumulado de vieja. Tal vez en una de esas, le escurriría una lágrima, pero una solamente, y con ella, le bastaría para llorar plenamente, para desahogarse de todo lo que arrastraba con los años. Una gota, será el drenaje justo a una vida plena, pues la señora hasta llorar, ha aprendido con los años. Después, arreglará su árbol, con esferas y luces, preparará un platillo para ella sola, y cuando haya terminado, se irá a dormir como cualquier otro día, con su camisón regalado y sus pantuflas rotas.
Por la noche, la despertó un ruido en su sala, mismo que al principio trató de ignorar por el sueño que tenía, pero pronto se intensifico hasta levantarla de su cama. Sabía bien que era inútil levantarse, pues en dado caso que fuera un ladrón, una viejecita no podría hacer nada. Pero eso de los ladrones, era de otras épocas y otros lugares, aquí no se escuchaba de ellos, y por eso le intrigó tanto el ruido. Cuando llegó a la puerta de la sala, alguien y algo la sobresalto, el alguien, fue un hombre vestido de rojo, con barba blanca y una caja de regalo en las manos, misma imagen que la inocencia de la viejecita le recordó al mítico Santa Clous, mientras que el algo, fue el hecho que ese hombre, quien quiera que fuese, estuviese dentro de su sala, junto al árbol de navidad que unas horas antes había terminado de arreglar. Nunca dudo en la existencia del espíritu navideño y esas cosas, pero sin duda, sus años de experiencia le decían que era poco probable la existencia de la filantropía en un hombre que dormía todo el año, y tenía como transporte un grupo de renos. Pero estos prejuicios no impidieron que derrochara su amabilidad, así que le dijo:
- Buenas noches buen hombre, ¿hay algo en lo que le pueda ayudar…?
- (con un acento nórdico) Pues si mujer, yo que más quisiera, pero no estoy seguro de que usted pudiera…
- Pues yo no estoy segura ni siquiera de quien es usted y lo que hace en mi casa
- Ahh, claro, lo ciento mi nombre es Papa Noel, y pues vine a dejarle un regalo a su casa, pues yo creo que esta cerca su muerte, y antes que se vaya me gustaría darle el regalo de navidad que a todo humano le corresponde una vez en su vida.
- (incrédula) Quiere decir, que usted… ¿es el popular santa clous que lleva regalos por la chimenea, a los niños bien portados?
- Pues si, al parecer si, soy el, pero no hago eso que usted dice. Mi trabajo es un poco menos pesado, pues como muchos adultos saben, los regalos periódicos –cada año- los hacen los padres, de acuerdo a su posición económica y todo eso…
- Pues sí, eso creía yo…
- Y lo hace bien, pero creo que entonces ha vivido ignorándome, pues como ya le dije, yo no llevo regalos todos los años a la misma persona, de hecho, sólo entrego un regalo en la vida de cada ser humano.
- ¿Quiere decir que cada humano, en realidad recibe alguna vez un regalo del mismísimo Santa Clous?
- Pues si, al parecer…
- ¿Y este año me toca a mí?
- En efecto mi señora…
- Bueno, pues que esperamos, permítame abrirlo…
- Aquí tiene…
La señora abre fácilmente el regalo, esta muy emocionada, se pregunta que clase de regalo recibe un ser humano de su edad, por parte del hombre vestido de rojo. Cuando lo ve, se impresiona tanto, que sus manos comienzan a temblar y voltea a ver al hombre…
- Es un arma…
- Si, es de lo que yo quería…
- ¿Para que quiero un arma? (pregunta nerviosa)
- Discúlpeme, es que…
- No, por favor no me diga que es para matarme… Aún soy muy joven, o bueno… no, no soy joven, pero estoy llena de vida, hay tantas cosas que quiero hacer, prometo dejar este pueblo si es necesario, y dedicarme a algo más productivo, algo en lo que ayude a los humanos y …
- No, por favor no se exalte, no es para matarse, y no tengo nada en contra de su vida, es totalmente diferente, por favor, escúcheme…
- Ahh (aliviada) Que bueno, estaba muy espantada… pero, sigo sin imaginarme para que podría yo querer un arma.
- Usted no la quiere, soy yo quien no sólo la quiere, la necesita… Veamos, seré sincero… (un minuto de silencio) Quiero que me mate
- ¿cómo?
- Si, le traigo esa arma para que me mate.
- Un momento, ¿ese es mi regalo?, un arma para matar a Santa Clous…
- Pues si, disculpe usted las molestias, pero es que no puedo más, no me gusta hacer míos los problemas de la gente, además muchas veces la gente no aprecia lo que les regalo, prefieren los muñecos de acción, los coches del año, la salud, la paz mundial que las cosas que yo regalo… y eso poco a poco me ha desgastado, creo que no soy muy necesario, por ejemplo, vea usted el regalo que le acabo de traer, es una estupidez, dígame si no prefiere cualquier regalo anterior. Eso es una prueba firme de que mis regalos no valen nada…
- Pero, debe haber algo que haya gustado de tus regalos…
- No, estoy seguro que no lo hay, y he probado de todo, monedas de diez centavos en la calle para que las encuentren el día de la navidad y les de suerte, patas de conejo recién cortadas. He regalado horas de tráfico en el día 24 para que la gente pase horas en el coche con su familia, filas extensísimas para que la gente piense bien en lo que esta apunto de comprar, y nada de eso les gusta. Incluso, he regalado desigualdad entre la gente, para que se hagan concientes y unan esfuerzos por mejorar el mundo, pero nada funciona. Es por eso que quiero que me mates…
- No puedo matar a Santa Clous…
- Es que yo no soy tal, la gente no me reconocería si supiera lo que en verdad soy, me odiarían… Seamos sinceros, no soy lo que la gente espera como un redentor…
- Pero no entiendo porque te quieres matar, si es por la decepción eres un cobarde…
- Pues tal vez si lo sea, y a decir verdad, nunca me ha gustado mi trabajo, porque la gente nunca es completamente feliz, y mucho menos con lo que yo les regalo, tan sólo necesitan los regalos de sus amigos y familiares, eso es lo que a lo largo de su vida los ha hecho felices. Ya hago esto como una penitencia, no lo disfruto, y como ya te dije, he perdido el hilo de lo que la humanidad quiere. Así que no sirve de mucho tener a un Santa Clous como yo… Mire, si me mata ahorita, nadie se dará cuenta, pues usted es el ejemplo perfecto de que ha vivido tantísimos años si un regalo mío, y aún así es feliz… Por piedad, ya mateme!!
La señora toma el arma, asesina a santa clous se queda pensando en el arma que tiene en la mano, le parece terrible, enciende la chimenea y la quema. Después, se va a dormir con el peor sabor de boca que le ha quedado después de una navidad.

Moraleja: todos recibiremos alguna vez un verdadero regalo de n

1 comentario:

  1. Muy bueno... me pregunto si está vestido de rojo y murió a causa de los hilos de Lucy que no mueven y nos mandan. Jeje, chidez con la abuela aquella...

    ResponderBorrar