martes, octubre 31

El Hombre (de Poncho)

el hombre
(esta largo, lo se, pero porfacor, tomense la molestia de leerlo, a mi me gusto mucho)
Este era un hombre que caminaba por la banqueta de una calle, solía hacer lo mismo todos los días del año. Exceptuando, claro esta, los fines de semana, cuado visitaba a su familia, que vivía a las afueras de la ciudad. El hombre, que es la manera en que lo llamaré por respeto a su historia, de lunes a viernes vivía exactamente lo mismo: por la mañana iba a trabajar, tenía un trabajo cómodo y sin preocupaciones aparentes, aunque la verdad es que era él a quien no le preocupaba nada. Quienes decían conocerlo, aseguraban su homosexualidad e incluso inventaban historias grotescas de lo que según ellos, sucedía en el baño de hombres cuando él entraba. La verdad, es que nadie creía en esas historias, y sólo las utilizaban para reírse un rato y distraerse de la rutina. Misma cosa para la que les servía el hombre, porque para ser sinceros, nunca les importo. Este hecho, a las personas como ustedes seguramente les parecerá triste, pero para el hombre en cuestión, no era más que un detalle gracioso. Las cosas que le importaban eran otras, o mejor dicho era otra: amaba la rutina, le encantaba tener la oportunidad de hacer siempre lo mismo. Es más, y lo digo sin ganas de exagerar, todos los días que se despertaba, agradecía a dios una sola cosa: “mi monótona vida” como solía llamarle en sus rezos. Era fascinante la manera en que el hombre la llevaba a cabo, con una decisión y convencimiento dignos de cristo cuando adoctrinaba. Cada detalle, era repetido una y otra vez conforme pasaban los días, y la parcimonia con la que actuaba, causaba estrés en la gente que le rodeaba. Adjetivos para su manera de ser, pero sobre todo de estar, nunca faltaron, pero yo resumiré los que conozco en una frase que me gusta particularmente: “actuaba casi religiosamente”.
Después de ir al trabajo, repetía el menú que llevaba comiendo desde hacia varios años en la fonda que él mismo inauguró un martes a las 3 de la tarde para ser exactos. Antes de eso, he de mencionar que sufrió una gran perdida al enterarse que en el MC Donalds de junto cambiaron al joven que lo había despachado durante 10 años con 5 meses y 3 semanas para ser exacto. Este hecho, sin duda le causó un trauma, que le genero la necesidad de pedirle al dueño de la fonda que nunca, antes claro de su inevitable muerte, dejara de atender su negocio los días Lunes, martes, miércoles, jueves y viernes, como se lo repetía palabra por palabra después de el habitual: “buenas tardes señor, le pido que me sirva unas patatas frías en un plato de unicel con mucha, pero óigalo bien, mucha catsup y tanta mostaza como le quepa a una cucharada sopera del castillo de Versalles, de tomar, he de decirle que me gusta mucho la coca, aunque si no tiene una bien fría, le agradeceré un baso con agua”. El hombre que lo atendía, quien por cierto no era el dueño, no se atrevió nunca a decirle que aquel local no era una fonda, sino una tlapalería, y que lo que le daba de comer, no eran patatas, sino el lunch que le mandaba su mujer todos los días, mismo que el cambiaba por una sopa caliente llevada ala tlapalería por una chica con escotes dignos de hacer pecar de pensamiento, palabra obra u omisión hasta el mismísimo cardenal de la ciudad. Ya hablar de la cuchara del palacio de Versalles, me parecería una burla innecesaria hacia aquel hombre, y me limitare a decir que el empleado, nunca supo a que se refería con castillo. Como se darán cuenta, la vida del hombre no era muy dichosa, y debo aclarar en este punto de la historia, que no tenía ningún problema mental reconocido por la ciencia, y lo único que le pasaba es que, como se dice vulgarmente, el hombre tenía mal de amores.
Si, tal como lo acaban de leer, y no les extrañe que una persona tan rara como él, estuviera enamorado, porque todos tienen derecho, pero más bien el privilegió de estar enamorados. La duda, intentando adivinar lo que piensan, seria ¿de que clase de mujer (descartando la idea de su homosexualidad) se enamoraría un obsesivo de la rutina como el hombre. Algunos dirían en broma que se enamoro de robotina la de los supersónicos por aquello de la monotonía, pero la verdad es mucho más escalofriante para su suerte. Se enamoro de una trota mundos, de una chica que perdió a sus padres antes de acabar la universidad, y tan pronto como se acabo la herencia viajando por el mundo, sus amigos dicen que sentó cabeza y busco trabajo. Aunque ellos lo decían sarcásticamente, porque lo único que cambió en aquella joven que además era bella (a secas), es que ya no viajaba. Nunca encontró un trabajo formal (llamándole así a aquel del que puedes platicar con tu abuelita), aunque las ropas que usaba en verdad que eran serias. Utilizaba la lencería más fina y “sexy” que jamás un hombre habría soñado. En cuanto a su cuerpo, era apenas lo suficientemente lindo, para que aquellas prendas se vieran bien y le ayudaran un poco a provocar a los hombres. Digamos que ella, era apenas el maniquí que presumía por doquier los encajes de colores tan variados como los ojos de una mosca. Tenía clientes de todo tipo, pero principalmente hombres casados que quisieran “experimentar cosas nuevas” como decía en su eslogan publicitario. Debido a la dedicación que tenía para escoger a sus clientes, porque como toda buena vendedora de placer fingido nunca dejo que un hombre la escogiera sin antes ponerle el ojo, ganaba lo que necesitaba para vivir honradamente, y comprar la ropa que tanto éxito le traía. No dudo que si el hombre hubiese sabido que la chica de sus ojos se dedicaba al trabajo más añejo del mundo, alguna mueca de dolor aparecería en su rostro, pero el hombre era tan iluso para esas cosas, que jamás, ni aunque dios hubiera bajado a decírselo lo creería.
La conoció un día cuando se subía metro, después de comer, al dirigirse a su casa. La conmoción que le causo encontrarse con sus ojos, lo dejo perplejo por dos cosas: la primera la definió el como “el encuentro perfecto de un desconocido con su anhelo de toda la vida”, y la segunda, por el miedo que ese escape momentáneo de su rutina le causó. Para fortuna de esta historia, el hombre, durante los próximos 3 días, encontró a la misma mujer en el mismo tren del metro que día a día lo llevaba a su casa. Por supuesto que la mujer, nunca lo volvió a mirar, y nunca iba a recordar ese momento que tal vez el hombre invento, de verse mutuamente a los ojos. El hombre, que no tenía muchas cosas en que pensar, decidió hacerle un espacio en su cabeza, después en su corazón, pero lo mas importante: en su rutina, y decidió esperarla cada día al subirse al metro.
Desgraciadamente, como se podrán imaginar, la mujer no tenía clientes de a diario, ni siquiera, de los días Lunes, martes, miércoles, jueves y viernes como solía decir el hombre. Ni modo, pero hemos dicho que eran sus clientes, no sus esposos, y esa coincidencia que duró tres días tan sólo se debía a un joven esposo que estaba a punto de cambiarse de ciudad y quería llevarse un buen recuerdo de la joven maravillas (como groseramente la llamaba). Pero el esposo se fue, y dejo al hombre sin la posibilidad de ver a la chica de sus sueños. Él, había decidió esperarla, y no pensaba cambiar su rutina de nuevo. Ahora, todos los días, volteaba a ver al subirse al metro, rumbo a los tres lados en que la había visto durante los tres días más infelices de su vida como solía recordarlos antes de dormirse. Por si las dudas, a demás de ver los 3 lados, decidía voltear a uno nuevo. Comenzó con los asientos, pero el tiempo fue pasando, y terminó por conocer el vagón en toda su extensión, cuando algún joven maldoso rayaba o pintaba el vagón, el hombre no hacía más que estremecerse imaginando lo peor: aquel no era su vagón. Así pasó el tiempo, su rutina era repetida cada vez con más lentitud pero mayor exactitud. Los otros vagones fueron cambiados por unos más nuevos, pero este, siguió siendo el mismo.
Aproximadamente unas 100 veces para no exagerar, la gente comió sus doce uvas y pidió sus 12 deseos, celebración de la que obviamente el hombre estaba en contra por sus firmes creencias en la constancia, cuando algo magnificó sucedió. Él, a su edad, difícilmente podía sostenerse, y la gente, como suele ser de bondadosa, le cedía el lugar desde hace más de medio siglo. Junto a él, dejaba su sombrero con el pretexto de esperar a alguien. Esto como se podrán imaginar, les molestaba a los demás humanos que viajaban en el vagón, y le veían con ojos de lástima y enojo cada vez que el hombre rechazaba ceder el lugar que estaba a su lado. Entonces, sucedió lo increíble, una estación antes de que el hombre bajara a su casa, la chica que alguna vez vio, pero de la que sólo quedaba el recuerdo de sus ojos, subió al metro. Con sus pasos de mujer madura, pero nunca avejentada ni sus dotes de hermosura olvidados, traspasó el santuario de aquel hombre hasta que se puso frente a él. No le dijó nada, y aunque la voz le temblara, juntó el valor acumulado durante toda su vida y le dijo, “he apartado este lugar para usted”. La mujer lo miró como tratando de decirle algo y finalmente articuló: “muchas gracias, pero he de aceptar que prefiero el lugar donde usted esta sentado, haga el favor de retirarse de ahí y dejar que alguien más se siente donde esta su sombrero”. En ese mismo instante el hombre murió, pero no de viejo, ni de desamor, murió por la impresión que aquel momento le causó a su “monótona vida”.

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