I
Tu espalda desnuda
en una cama de satín morado
nada más que tu piel
y yo, que era la muerte
II
Te veo en el pasillo con la ventana que da al mar
tus nalgas se elevan como el Partenón en invierno
-Son mías, todas mías
Te inclinas en la ventana que da al mar
y miras las olas fijamente
Me acerco cuál enfermo sexual
no dejo de mirar tus piernas
no dejo de mirar tu cintura
no dejo de mirar tu cuello
no dejo de mirar tus cabellos azules y salitrosos
no dejo de ver lo que tu ves
-¿No harás nada?
-En lo absoluto
Y ambos miramos el mar
hasta que nos volvimos arena
tu sal y mi tierra
en el mismo reloj
III
Sus ojos, rojos como suelo palestino en diciembre, centelleaban al desfilar el alumbrado público detrás de ella. La ciudad pasaba por el vidrio mojado y chorreante de un camión verde. El asfalto crujía y titiritaba; sudaderas, chamarras y carne morena temblaban por las calles. El vapor salía por nuestras cabezas mojadas, yo con una selva desvencijada y ella con una jungla en pleno monzón. Así se nos chorreaba el tiempo, como si afuera, no pasara nada
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