domingo, enero 3

Diarios de Viaje: Tequisistlán I

Tequisistlán I

Cuando leo un libro, frecuentemente me topo con esos minúsculos detalles que hacen que diga "oh, qué autor tan mamoncito". Cuando saqué El fin de la locura de la biblioteca me esperaba encontrar un par de atributos barrocos y pretencioso; sin embargo, el afamado texto de Volpi sobrepasó todas mis expectativas.

Mientras que yo me esperaba un epígrafe, quizás en francés, me encuentro con dos, uno, efectivamente, en un francés complejo y el otro en español de Cervantes. Mi sorpresa no terminaría allí. Una vuelta a la página bastó para mostrarme una sentencia de muerte, la anunciación de un chiste:

Este libro es una obra de ficción.
Cualquier semejanza con la realidad
es culpa de esta última.

Traducción libre: Querido lector, esta obra presenta una jugarreta descomunal, ojalá haya comprado este libro de chistes. De antemano le anuncio, por medio de esta frase gastada, que lo que leerá es pura fantasía, pura literatura de a de veras. De tal forma, el anuncio grita, "oiga, a partir de aquí empieza el chiste" y, como era de esperarse, existe un prólogo de fantasía.

La obra transcurre como cualquier historia hasta que, ups, los personajes históricos tienen voz. No digamos una voz de "novela "histórica"", sino una voz inventada en personajes reales inventados. Así pues Lacan, Foucault, Fidel Castro, hasta el pobre de Bolaño salen con gargantas nuevas. Marx nos libre.

El problema es que no intervienen voces lúcidas, sino meras postraciones a una trama que, en sus primeras dos partes, no sale del marasmo de la hueva absoluta, con historias de amor postmodernas de paso.

Vaya absoluta sorpresa, me lleno de orgullo al ver que en cada capítulo hay un nuevo epígrafe, de la voz de cada uno de los personajes sin voz. El libro transcurre sin chiste, entre un Lacan mamoncito, un Althusser Potter y un Castro Cullen.

Es en la tercera parte cuando todos cobra sentido. Usando un recurso real - chistoso, del cuál salen personajes de la vida cultural, entre Domínguez Michael, Paz y Don Monsi, el río de basura se derrama sobre un mar de agradecimiento y cierra con broche de oro: las referencias.

Fue allí donde por fin entendí la novela. Entendí que no era tal, la novela es un ensayo. El fin de la locura se presenta como el triunfo de la técnica contra la víscera, el triunfe de las fuentes legitimadoras del conocimiento emanadas del método científico. Basta ver el índice, una organización impecable en la que habitan cada uno de sus argumentos. Cada mínimo apartado defendiendo la hipótesis inicial: el fin de la utopía revolucionaria. Paradójicamente este ensayo cumple con otro requisito imprescindible para cualquier journal de respeto: sólo está disponible a un grupo de iniciados. Si el lector no está al tanto de las cenas entre iluminados, los congresos de homenajeados y octavio paz, no estará al tanto más que de un cuento desabrido.

No soy crítico literario, ni tengo instrucción sobre la teoría literaria; sin embargo, considero que el argumento fue pobremente sustentado con lugares comunes y puntos harto conocidos por los críticos y defensores de "las utopías".

Considero, en cambio, que sí se demuestra "el fin de las utopías literarias".

Señoras y señores, he llegado a este punto: LA LITERATURA TESTICULAR TIENE TODAS LAS VENTAJAS DE LA VANGUARDIA.

Volpi debe ser bautizado como nuestro mentor mayor. He decidido, por tanto, elaborar un Manifiesto.