Cuando terminé la última línea solté el libro de inmediato. Algo me había perforado por completo. La Toscana ya no me parecía un flujo amarillo que corría sin cesar en una pasta verde medio aceitosa. El camión ya no me parecía tan tangible y terco a licuarse y pasar entre mis dedos.
Cuando terminé la última línea, la añoré más que nunca y me salió una lágrima. Luego se lo conté, le dije lo mucho que me dolió esa lágrima, le dije que era la última línea de un sello casi permamente, le dije que era añoranza pura, pero no le dije que era por ella. No le importó demasiado.
Hoy que añoro más que nunca, me hace falta esa última línea y me dan ganas de volver a llorar una lágrima como esa y añorar otra vez y que, ahora sí, no muriera nadie.
Descanse en paz Saramago.
