domingo, junio 27
Dos Ramos de Rosas- Quim Monzó [Fragmento]
miércoles, junio 23
Multitudes
lunes, junio 21
Entrañas
Cepanda fue en un tiempo destinado a que todos los cepanos escribieran. Cosa que jamás pasó. Pero aún se preservan textos de personas importantes en la vida de este blog y en la mía.
Por aquí uno se puede encontrar textos del Sejomagno, cuando aún no era un danzante feliz y maduro que veía en retrospectiva constructiva las cosas y era un viajante voraz de sueños contra sentido. Uno se topa con textos de Javier cuando era un radical de izquierdas. De Alfonso antes de iniciar su travesía nórdica. Irving antes de cortar su cabellera. Salmerón antes de desaparecer de este mapa. Hasta Sofía echó unas letras locas.
Claro que no desdeño de todo esto. Pero ante las circunstancias, ante esta perpetua carga que una y otra vez aparece en mi espalda y que no se va ni con piedra pomex. he decidio cambiar nombres. Trasladar tumbas de lugar.
Saludos entonces.
Cambios de nombre - Nicanor Parra
Hago llegar mis mejores deseos
Voy a cambiar de nombre a algunas cosas.
Mi posición es ésta:
El poeta no cumple su palabra
Si no cambia los nombres de las cosas.
¿Con qué razón el sol
Ha de seguir llamándose sol?
¡Pido que se llame Micifuz
El de las botas de cuarenta leguas!
¿Mis zapatos parecen ataúdes?
Sepan que desde hoy en adelante
Los zapatos se llaman ataúdes.
Comuníquese, anótese y publíquese
Que los zapatos han cambiado de nombre:
Desde ahora se llaman ataúdes.
Bueno, la noche es larga
Todo poeta que se estime a sí mismo
Debe tener su propio diccionario
Y antes que se me olvide
Al propio dios hay que cambiarle nombre
Que cada cual lo llame como quiera:
Ese es un problema personal.
Nicanor Parra
domingo, junio 20
Pequeño ensayo reflexivo sin argumentos sólidos ni aparato crítico
1. f. Cada uno de los órganos contenidos en las principales cavidades del cuerpo humano y de los animales.
2. f. Parte más íntima o esencial de una cosa o asunto.
3. f. pl. Cosa más oculta y escondida. Las entrañas de la tierra, de los montes.
4. f. pl. El centro, lo que está en medio.
5. f. pl. Voluntad, afecto del ánimo.
6. f. pl. Índole y genio de una persona. Hombre de buenas entrañas.
Estamos en un constante reflujo, creo. En la vida, me imagino, uno se dedica a vomitar con cierta violencia, en ciertos lugares.
No lo sé de cierto, pero lo supongo.
Circuito Interior - Efraín Huerta
Responso por un poeta descuartizado - Efraín Huerta
Claro está que murió —como deben morir los poetas, maldiciendo, blasfemando, mentando madres,
viendo apariciones, cobijado por las pesadillas.
Claro que así murió y su muerte resuena en las malditas habitaciones
donde perros, orgías, vino griego, prostitutas francesas, donceles y príncipes se rinden
y le besan los benditos pies;
porque todo en él era bendito como el mármol de La Piedad
y el agua de los lagos, el agua de los ríos y los ríos de alcohol bebidos a pleno pulmón,
así deben beber los poetas: Hasta lo infinito, hasta la negra noche y las agrias albas
y las ceremonias civiles y las plumas heridas del artículo a que te obliga,
la crónica que nunca hubieras querido escribir
y los poemas rubíes, los poemas diamantes, los poemas huesolabrado, los poemas
floridos, los poemas toros, los poemas posesión, los poemas rubenes, los poemas daríos,
los poemas madres, los poemas padres, tus poemas...
Y así le besaban los pies, la planta del pie que recorrió los cielos y tropezó mil y un infiernos
al sonido siringa de los ángeles locos y los demonios trasegando absintio
(El chorro de agua de Verlaine estaba mudo), ante el azoro y la soberbia estupidez de los cónsules y los
dictadores, la chirlería envidiosa y la espesa idiotez de las gallinas municipales.
Maldiciendo, claro, porque en la agónía estaba en su derecho y porque qué jodidos (¡Jure, jodido!,
dijo Rubén al niño triste que oyó su testamento), ¿por qué no morir de alcoholes de todo el mundo si todo
el mundo es alcohol y la llama lírica es la mirada de un niño con la cara de un lirio?
Resollaba y gemía como un coloso crisoelefantino
hecho de luces y tinieblas, pulido por el aire de los Andes, la neblina de los puertos, el ahogo de Nueva
York, la palabra española, el duelo de Machado, Europa sin su pan.
Rugía impuramente como deben rugir todos los poetas que mueren (¡Qué horror, mi cuerpo destrozado!)
y los médicos: Aquí hay pus, aquí hay pus —y nunca le hallaron nada sino dolor en la piel
limpios los riñones heroicos, limpio el hígado, limpio y soberbio el corazón
y limpiamente formidable el cerebro que nunca se detuvo, como un sol escarlata, como un sol de esmeraldas,
como la mansión de los dioses, como el penacho de un emperador azteca, de un emperador inca,
de un guerrero taíno;
cerebro de un amante embriagado a la orilla de un dulcísimo cuerpo, ay, de mieles y nardos
(su peso: mil ochocientos cincuenta gramos: tonelaje de poeta divino, anchura de navío),
el cerebro donde estallaron los veintiún cañonazos de la fortaleza de Acosasco
y que luego...
Claramente, turbiamente hablando, hubo necesidad de destrozarlo, enteramente destazarlo como a una fiera
selvática, como al toro americano
porque fue mucho hombre, mucho poeta, mucho vida, muchísimo universo
necesariamente sus vísceras tenían que ser universales, polvo a los cuatro vientos, circunvoluciones repletas
de piedad, henchidas de amor y de ternura.
Aquí el hígado y allá los riñones.
¡Dame el corazón de Rubén! Y el cerebro peleado, de garra en garra como un puñado de perlas.
Aquel cerebro (¡salud!) que contó hechicerías y fue sacado a la luz antes del alba;
y por él disputaron y por él hubo sangre en las calles y la policía dijo, chilló, bramó:
¡A la cárcel! Y el cerebro de Rubén Darío —mil ochocientos cincuenta gramos— fue a dar a la cárcel
y fue el primer cerebro encarcelado, el primer cerebro entre rejas, el primer cerebro en una celda,
la primera rosa blanca encarcelada, el primer cisne degollado.
Lo veo y no lo creo: ardido por esa leña verde, por esa agonía de pirámide arrasada,
el poeta que todo lo amó
cubría su pecho con el crucifijo, el crucifijo, el suave crucifijo, el Cristo de marfil que otro poeta agónico le
regalara —Amado Nervo—
y me parece oír cómo los dientes le quemaban y de qué manera se mordía la lengua y la piel se le ponía violácea
nada más porque empezaba a morir,
nada más porque empezaba a santificarnos con su muerte y su delirio, sus blasfemias, sus maldiciones,
su testamento,
y nada más porque su cerebro tuvo que andar de garra en mano y de mano en garra
hasta parecer el ala de un ángel,
la solar sonrisa de un efebo,
la sombra de recinto de todos los poetas vivos,
de todos los poetas agonizantes,
de todos los poetas.
Ciudad de México Revisited (Acercamiento)

sábado, junio 19
Eje Central (primer acercamiento)




La isla desconocida - José Saramago [Fragmento]
viernes, junio 18
Poemínimos de relleno
Creo
que
siempre
me
voy
temprano
de la
vida...
Carta interoceánica de amor
Un cero
a
la
izquierda
Nueva carta interocéanica de amor
Un
coeficiente
no
significativo
Tercera carta interocéanica de amor
Una R-cuadrada
en un
modelo
cuadrático
Aforismo interocéanico de amor
Son acaso esas pequeñas fisuras las que más dejan salir el contenido de un recipiente cualquiera. Son esas pequeñas fisuras abismos inalterablemente infinitos. Lo malo de las fisuras es que están allí, perpetuamente fluyendo, perpetuamente reproduciéndose.
Gran anuncio interoaceánico de amor (Resumen Ejecutivo)
fin.
¿Por qué me gustas tanto?
Cuando terminé la última línea solté el libro de inmediato. Algo me había perforado por completo. La Toscana ya no me parecía un flujo amarillo que corría sin cesar en una pasta verde medio aceitosa. El camión ya no me parecía tan tangible y terco a licuarse y pasar entre mis dedos.
Cuando terminé la última línea, la añoré más que nunca y me salió una lágrima. Luego se lo conté, le dije lo mucho que me dolió esa lágrima, le dije que era la última línea de un sello casi permamente, le dije que era añoranza pura, pero no le dije que era por ella. No le importó demasiado.
Hoy que añoro más que nunca, me hace falta esa última línea y me dan ganas de volver a llorar una lágrima como esa y añorar otra vez y que, ahora sí, no muriera nadie.
Descanse en paz Saramago.

jueves, junio 3
El arte de la espera - Rafael Rojas (Fragmentos)
El arte de la espera: Notas al margen de la política cubana de Rafael Rojas es un audaz y genial libro. Una crítica a la política cubana y al régimen castrista desde una perspectiva moderada, sin dejar de ser valiente y sumamente aguda, desde un marco referencial amplísimo.